La invisibilidad de la mujer en el mundo del arte es un axioma que difícilmente se puede poner en duda. Desde Oriente hasta Occidente, las condiciones sociales han hecho difícil su formación y muchas veces el olvido ha hecho el resto, como demuestra el reciente redescubrimiento de grandes personalidades como Artemisia Gentileschi – ahora expuesta en Londres – o Frida Kahlo. Una realidad con respecto a la cual Rusia ha sido una excepción, por lo menos por lo que se refiere al período de tiempo muy particular que precedió a la Revolución de Octubre. En esas décadas, en las que las vanguardias artísticas vieron la luz, las mujeres tenían espacio, resonancia y también roles de responsabilidad en algunas formas iguales a los hombres, lo que no ocurría en la misma época ni en Estados Unidos ni en Europa. Esto también se debió a la capacitación de las mujeres alcanzada durante la Primera Guerra Mundial, con los hombres que fueron enviados al frente y sus esposas que les reemplazaron en las fábricas, ganándose un primer lugar dentro de la sociedad. A esta brigada de valientes artistas e intelectuales femeninas, definidas “las Amazonas de la Vanguardia” – según una definición todavía machista que delimita su magnitud circunscribiéndola en términos de excepcionalidad – está dedicada la gran exposición que abrirá el 27 de octubre de 2020 en Milán en los espacios del Palacio Real, con más de 100 obras maestras, muchas de las cuales nunca vistas en Italia, llegadas desde el Museo Ruso de San Petersburgo. Con el título de “Divine e avanguardie” (Divinas y vanguardistas) y patrocinada por el Ayuntamiento de Milán, que la incluyó en la programación cultural de la ciudad “Los talentos de las mujeres”, la exposición presenta en 8 grandes secciones la evolución de la imagen femenina en Rusia: desde las madonas de oro de los iconos hasta las zarinas envueltas en brocados, desde las austeras sonrisas de las emperatrices hasta los interiores burgueses, hasta llegar a los rostros marcados de las campesinas que aparecen por primera vez en los lienzos a mediados del siglo XIX, en las miradas ilustradas de Aleksej Venetsianov. Y luego otra vez en los relatos en lienzo de Kazimir Malevic, quien en los años veinte del siglo XX se apasionó por el drama de los campesinos aplastados por la revolución proletaria. O bien en los lúgubres interiores de Abram Archipov, con sus lavanderas andrajosas que recuerdan al París desesperado de Zola. Hasta llegar a las pintoras, escultoras, galeristas, diseñadoras de moda, escenógrafas, animadoras de la escena cultural entonces en gran fermento, por lo menos hasta el silenciador impuesto por Stalin, que en 1932 quiso el realismo socialista como única forma de arte. La idea, como se desprende del buen ensayo firmado en el catálogo por la curadora Eugenia Petrova, es la de reinterpretar la historia rusa siguiendo el hilo conductor del rostro femenino para llegar también a una reflexión sobre la evolución de los roles. De ahí que, como prueba del momento de particular apertura que vive el país entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX, junto a los retratos de las esposas e hijas de los artistas, llegan también los de las mujeres que hicieron del arte una profesión, desde la poetisa Anna Achmatova hasta la galerista Nadezda Evseevna Dobicina. Una sección dedicada a la familia, con retratos de jóvenes entregadas en matrimonio por interés o de viudas sin medios, parece ilustrar las numerosas historias que cuentan las obras maestras literarias, desde Tolstoi hasta Dostoievski. No faltan las madres, así como una sección íntegramente dedicada al cuerpo femenino. La última parte, quizás la más intrigante, es precisamente la que ilumina las artistas, no solo Tamara de Lempicka (“ahora de moda en Europa” como señala la curadora) sino muchas otras, desde Natalija Goncharova a Olga Rozanova, desde Ljubov Popova hasta Alexandra Exster y Vera Muchina. Mentes refinadas, intelectuales y atrevidas. Personalidades fuertes como la de Goncharova, capaz de dibujar e influir en su público, amada hasta el punto de que una de sus exposiciones organizada en 1913 en Moscú consiguió atraer a más de 12 mil visitadores, obligando a los organizadores a reimprimir el catálogo tres veces.